Llegado el mes de diciembre es inevitable hacer un balance del año. Desde 2015, que los y las argentinos y argentinas esperamos con ansiedad que el año termine, que pase rápido. De este último quinquenio, cuatro años sufrimos el neoliberalismo y el último, nos azotó el Covid.
El 2020 comenzó el 10 de diciembre de 2019, con la histórica asunción del Presidente Alberto Fernández luego de su triunfo en las urnas sobre el que se convirtió en el único Presidente de nuestro país que NO logró ser reelecto.
La alegría desbordando la Plaza de Mayo, marcó el inicio de este nuevo año.
Bono a jubilados, aumento de Asignación Universal por Hijo, congelamiento por seis meses de tarifas de servicios públicos, la decisión de no solicitar al FMI lo que restaba del crédito obtenido por parte de Macri, tarjeta alimentar. Así nos encuentra el inicio de 2020.
El 1 de marzo, volvimos a disfrutar de un discurso coherente y fluido en el inicio de Sesiones Ordinarias del Congreso Nacional, sin expresiones vaciadas de significado y con claros indicios de abordaje democrático de las demandas populares.
Marzo estuvo cargado de la responsabilidad del Gobierno de tomar decisiones para enfrentar la expansión mundial del virus SARS-COV2. Suspender la actividad de la totalidad del sistema educativo implicó una valentía que, desde la vuelta de la democracia, sólo fue vista con Cristina Fernández de Kirchner en la 125 allá por el 2008.
Si bien la pandemia puso de relieve el vaciamiento de lo público y nos obligó a la distancia y el encierro, también aceleró el ejercicio del Peronismo: la redistribución. El Ingreso Familiar de Emergencia fue la característica más sobresaliente. La oposición se dio el lujo de esbozar críticas al respecto como si durante su gobierno hubiera llevado adelante medidas redistributivas tendientes a que cada argentino y argentina tuviera un plato de comida en su mesa la totalidad de los días del mes.
El armado de un comité de científicos para asesorar al Presidente Fernández marcó la diferencia en contraste con el asesoramiento de CEOS al que nos acostumbramos durante cuatro años.
Errores y aciertos del oficialismo. Críticas y obstáculos por parte de la oposición. Como si existiera una fórmula para enfrentar lo desconocido.
Apertura de hospitales abandonados, equipamiento de alta complejidad en salud, insumos. “Estemos encerrados mientras juntamos los pedazos del sistema de salud roto por el huracán neoliberal”, ese fue el mensaje subliminal del Presidente Fernández. Y juntó los pedazos y logró armar el rompecabezas sobre el cual en nuestro país no murió un solo argentino por falta de atención médica y ningún profesional de la salud fue expuesto al dilema ético de elegir a quién atender. La lógica se invirtió, nosotros pudimos lo que el “primer mundo” no pudo. ¿Acaso esto no es motivo de orgullo?
Quienes nacimos entrada la democracia no tenemos noción de lo que es un tiempo oscuro, pero vimos vivimos gobiernos que hicieron “la Ponzio Pilatos” con las demandas populares y se dedicaron a manejar Ferraris, rematar el país a empresas extranjeras y engrosar el patrimonio de unos pocos. Con Fernández volvimos a respirar Peronismo luego de cuatro años de impasse.
Y el olor a Peronismo es riquísimo. Las colas en bancos y delegaciones del Correo Argentino para cobrar el IFE destilaban ese aroma que tanto que nos conmueve a los argentinos y las argentinas. Porque el Peronismo es redistribución, pero también es solidaridad.
Abril fue el mes de la “liberación de presos”. Los medios de comunicación instalaron la idea de que el gobierno había abierto las puertas de las cárceles de par en par y que pronto estaríamos rodeados de abusadores y asesinos. En números reales, se les concedió prisión domiciliaria a menos del 1% de los presos, ninguno con causa por abuso y/o asesinato. Igual, sonaron cacerolas. Sonaron cacerolas a pesar de haber sido ésta una decisión tomada por el Poder Judicial que responde a una cuestión sanitaria. Sonaron cacerolas que enmudecieron los aplausos al personal de salud. Sonaron cacerolas como un eco de los medios hegemónicos.
Los meses de junio y julio fueron testigos del “todos somos Vicentín”. Banderazo el día de la independencia. Una muestra de incomprensión del peronismo. La propuesta de intervención a Vicentín guardaba relación con cuestiones económicas, un préstamo millonario por parte de la banca pública nacional, pero también con crear la posibilidad de sostener la fuente de trabajo de miles de familias. No podemos dilucidar si el banderazo era en contra de que una empresa pague lo que debe al Estado o era en oposición al sostenimiento del empleo. Se oponen al peronismo sin más.
La reestructuración del 98% de la deuda contraída por el huracán neoliberal llegó en agosto, mientras el invierno perdía su crudeza y nosotros ganábamos esperanza. Un presidente y su ministro de economía que asumieron la responsabilidad de renegociar una deuda impagable. Siempre que prescindimos del FMI, fue de la mano del peronismo, con la excepción de la década del 90. Este año retomamos otro de los senderos del camino peronista: iniciar el desprendimiento del Fondo.
Sobre el final del año, fue puesta en discusión la posibilidad de que los más ricos de nuestro país realicen un aporte solidario y por única vez. Es necesario reiterar: por única vez. Esta característica es la distingue un aporte de un impuesto. Sonaron cacerolas para evitar el impuesto que no es un impuesto. Cacerolas que siempre suenan ante la mínima posibilidad de redistribución de riqueza, ante la posibilidad de ejercer el peronismo.
Terminamos el año de fiesta y con olor a peronismo. Terminamos verde un año que vimos negro. Fragancia peronista edición especial justicia social y libertad de las mujeres. Que en el 2021 sigamos recorriendo estos senderos del camino peronista.
Nota escrita por: Celina Gastón